Daniel habla con fluidez 11 lenguas: inglés, francés,
finlandés, alemán, español, lituano, rumano, estonio, islandés, galés y
esperanto. Pero lo más increíble no es la cantidad, sino la velocidad en
aprender idiomas. Channel Five le retó a aprender islandés en una semana. Siete
días después apareció en televisión conversando en esta lengua. En cambio, la
rapidez de Stephen no se encuentra en el aprendizaje de lenguas, sino en la
captación de todos los detalles de un paisaje. Puede dibujar uno con precisión fotográfica
después de haberlo visto solo un instante. En una ocasión dibujó la totalidad
del centro de Londres después de sobrevolar la ciudad en helicóptero. ¿Son los
cerebros de Daniel Tammet y Stephen Wilshire máquinas engrasadas y perfectas?
En realidad no: sus cerebros están defectuosos. La epilepsia y el síndrome de
Asperger acompañaron a Daniel en su infancia. Y Stephen también es autista.
Quizá uno de los autistas más conocidos
fue Kim Peek. El personaje que interpretó Dustin Hoffman en la película Rain
Manestá inspirado en él. Nació con macrocefalia, un daño permanente del
cerebelo, y con agenesia del cuerpo calloso (carecía de la principal conexión
entre los dos hemisferios del cerebro). Peek recordaba el 98% de los 12.000
libros que había leído, leía dos páginas en ocho segundos. Usaba cada ojo para
leer una página distinta como si se tratara de un superhéroe de un cómic. Era
solo uno de sus “superpoderes”.
Resulta una gran paradoja que cerebros
defectuosos sean los asientos neuronales de prodigiosas habilidades. ¿Nos están
diciendo algo sobre cómo el resto de los mortales podríamos aumentar nuestras
capacidades?
Daniel, Stephen y Kim son lo que se
denomina savant –o antiguamente idiot savant–, ya
que suelen poseer un coeficiente intelectual muy bajo y, paralelamente, unas
habilidades sobresalientes. Pero ¿de dónde surgen las facultades
extraordinarias de los savants?
Los estudios indican que los savantspresentan
alguna forma de disfunción en el hemisferio cerebral izquierdo, lo cual
facilita la actividad del derecho. El izquierdo es el conceptual, el que pone
etiquetas, el que razona, el que filtra con la lógica, el lingüístico (el que
nos habla constantemente), el que va hacia el pasado y hacia el futuro. En
cambio, el derecho está en el ahora, es creativo. Al funcionar sin lógica,
tiene más facilidad para captarlo todo tal cual es sin filtrar y para hacer
conexiones no racionales con toda la información. De alguna forma, el
izquierdo-lógico está constantemente coartando o limitando las capacidades del
derecho-creativo. Por lo que si el izquierdo deja de funcionar correctamente,
el derecho se libera, y con él, el genio.
Jill Bolte es una neurocientífica que
vivió con su hemisferio izquierdo desconectado a consecuencia de un derrame
sanguíneo. Al sufrir el ataque, Jill sintió un terrible dolor detrás del ojo
izquierdo, no podía hablar, coordinar, ni siquiera podía pensar con claridad.
Vivió un auténtico martirio si nos limitamos a calificarlo “desde fuera”.
Paradójicamente, su experiencia vista desde dentro, tal como ella la describe,
fue maravillosamente extraordinaria. Sintió una paz no humana, ajena a
cualquier asomo de sufrimiento. Al desconectarse su hemisferio izquierdo, el
que habla, sintió el silencio. No había estrés, “nadie” le recordaba vivencias
tristes o le anticipaba situaciones preocupantes. Silencio, paz. Incluso se
acalló esa voz que nos dice “este soy yo”. Al mirar su cuerpo, no veía los límites.
“Miré mi brazo y me di cuenta de que no podía delimitar los límites de mi
cuerpo. No podía definir dónde empezaba y dónde terminaba. De alguna forma, los
átomos y moléculas de mi brazo se mezclaban con los átomos y moléculas de la
pared. Solo sentía esa energía”. Según sus palabras, se sentía enorme y
expansiva, fuera de los límites de su cuerpo. Una auténtica experiencia mística
vivida por una reputada científica del cerebro humano. Después de ocho años de
recuperación, actualmente se dedica a impartir conferencias, escribir libros y
realizar investigaciones sobre este tema, por lo que la revistaTime la
nombró una de las cien personas más influyentes del mundo en 2008.
Para aumentar nuestras capacidades,
nuestro rendimiento, los humanos nos hemos dedicado a inventar herramientas
tecnológicas. Es como si, poco a poco, el ordenador, el teléfono o el GPS
constituyeran una extensión de nuestro cerebro. Si miramos al futuro, parece
que cada vez seremos más dependientes de toda esta tecnología. Utilizaremos
menos nuestras propias capacidades de orientación, cálculos matemáticos,
memoria… La ampliación de nuestras capacidades la buscamos “fuera”, cuando
quizá se encuentre “dentro”. Nuestro propio cerebro posee unas facultades
inimaginables y, en lugar de despertarlas, nos estamos dedicando a dormirlas.
Mientras los humanos nos hemos centrado en
diseñar radares cada vez más potentes, los delfines han evolucionado y en su
cerebro han creado un escáner más potente que cualquiera de nuestras
invenciones. Nos hemos concentrado en “tener” y hemos descuidado el “ser”.
Hemos mirado hacia “fuera”, en lugar de hacia “dentro”, olvidando que nosotros
también tenemos radar interno. Las investigaciones de Beatrice de Gelder,
neurocientífica de la Universidad de Tilburg, muestran cómo personas con
ceguera cortical son capaces de sortear objetos al andar, aunque no los vean,
porque nuestras neuronas saben funcionar como un auténtico radar. Sin embargo,
la mayoría de nuestras inversiones económicas en investigación no se dirigen a
aumentar esa capacidad, sino a inventar ayudas externas. Igual que se dirigen a
diseñar medicamentos para eliminar enfermedades y se presta muy poca atención
al ya demostradísimo efecto placebo. Esto es, a la capacidad que poseen
nuestras propias creencias para curarnos a nosotros mismos.
No imaginamos el enorme potencial de
nuestro inconsciente. En la película Sin límites, el protagonista,
gracias a la ingestión de una droga, logra realizar auténticos prodigios. La
esencia de esa droga es que le permite acceder a toda la información guardada
en su inconsciente. Todo lo que hemos vivido, aunque no lo recordemos, está
allí. La prueba cotidiana es que al ver una película, podemos darnos cuenta de
que hace muchísimos años que la vimos, pero si nos hubieran preguntado por
ella, quizá nos hubiera sido imposible recordarla. Esto es, podemos reconocer
muchas cosas como vistas, leídas, vividas, oídas… que no podemos recordar.
Están allí, pero nos resulta imposible acceder. Es más, en nuestro inconsciente
existe información que quizá nunca hemos sido conscientes de captar, ya que lo
hemos hecho de forma subliminal. Nuestro inconsciente es nuestro sabio
interior. Sabe mucho más que nosotros. Si lográramos comunicarnos con él, nos
pasaría como al protagonista de la película: nuestras capacidades se verían
multiplicadas de forma asombrosa. Nos pasaría como a algunos savants: con leer
un libro una vez, ya lo tendríamos allí accesible para siempre.
Nos
movemos en un océano de información. El cerebro capta a cada instante volúmenes
ingentes de datos a través de todos sus sentidos. Esa información, para poder
ser operativa y útil, debe ser ordenada y esquematizada. Y a eso se dedica
nuestra lógica. Y esa misma lógica que nos ayuda, al mismo tiempo nos bloquea.
Nos impide ir a los datos crudos del inconsciente, nos impide mezclarlos de
forma irracional y ser más creativos. De alguna forma hemos de aprender a no
apoyarnos tanto en nuestro hemisferio izquierdo-lógico. Acallar ese parloteo
constante de este hemisferio lingüístico. Y como siempre, acabamos donde
empezamos; esto es, en los consejos de los sabios más antiguos: es esencial
aprender a silenciar la mente. ¿Vamos a permitir que nuestro sabio interior
continúe dormido o vamos a despertarlo?
Fuente: El pais
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