Hay comportamientos de barranquistas que pueden resultar extraños visto desde fuera. Uno imagina, razonando y por la experiencia que te da el haber descendido muchos barrancos, que el portador del talento es capaz de desplegarlo en todo momento, independientemente de que las circunstancias, en las que habitualmente lo hace con acierto, hayan cambiado. Pues la realidad es que no siempre es así.
Con ese cambio medioambiental, el talento ni sea crea ni se destruye, pero si se transforma y puede ser el resultado final no sea el perseguido.
Siempre he considerado que cualquier grupo esta un peldaño por delante de las decisiones en la cadena decisoria. Me explico. Uno intenta comunicar e implementar automatismos que vayan configurando una forma de descender a fin a su filosofía de disfrute.
El problema es que el ideal no existe y, difícilmente, sobre todo con el paso del tiempo, las características del grupo coincidirán al cine por cien con sus necesidades. De ahí lo importante que es tener un criterio de club que minimice el coste. No queda otra opción que decidir quien impondrá su criterio, si sera su contrastada idea de descenso o la adaptación de lo disponible a ello. Sin duda, lo segundo.
Pero en ese transito hacia lo optimo surgen distintas posibilidades con los compañeros y mas cuando mayor polivalencia demuestren. Pero todo tiene un limite, linea que uno debe identificar y no traspasar. El talento da margen, ilusiona y crea muchas expectativas, pero su portador, un compañero o amigo, acaba teniendo su propio criterio, fundamentado en lo que le ha ido bien y, por supuesto, también en lo que no.
Se puede caer en la tentación de intentar encajar todas las piezas sí o sí, aunque sea a martillazos. Resultado, un desastre. El cuidado, ubicación y aprovechamiento del talento de cada uno de nosotros es una de las habilidades que mas valoro en aquella persona que mas confianza da en el grupo y mejores virtudes deposita.
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